“Necesito que en mi documento diga Mozé”. Martín (35), es hijo de Olga Acosta y de Miguel “Chicato” Mozé. Está a un paso de recuperar su identidad como hijo legítimo del ex seminarista y dirigente montonero. “No basta con ser parecido”, sostiene mientras espera confiado un acto reparador por parte de la justicia. Prensared, 09/02/2009
Miguel Ángel Mozé, su padre, en los años setenta fue jefe de la Juventud Peronista, Regional Tercera de Córdoba y Militante montonero. Es uno de los 30 presos políticos asesinados por aplicación de la Ley de Fuga, en la Unidad Penitenciaria Nº 1, juicio que será ventilado este año y del que Martín, su hijo, es querellante.
Tenía cuatro o cinco años, no recuerda si fue en el Jardín de Infantes o en primer grado cuando de regreso a la casa, a boca de jarro le preguntó a su madre: ¿A quién le hago la tarjeta del Día del Padre? Hacía varios días que junto a sus compañeros pintaban un dibujo para regalarles a los padres en su día. Su madre, no dudó en responderle con la verdad. Pero una verdad a la medida de su edad. En aquél momento, supo que lo habían matado unas “personas malas”. Ese relato sencillo, como un cuento dirá Martín, le trajo tranquilidad. Pero debía guardar ese secreto. Si alguien le preguntaba por su padre, la respuesta sería que “murió en un accidente”.
Años más tarde, le explicó que “por cuestiones de seguridad y por una decisión compartida con su padre, no debía llevar su apellido”.
La familia materna con quienes vivía estaba conformada por sus dos abuelos, los tíos Federico, Carlos y Leticia –su madrina- y la Mamá. Fue el primer nieto de una familia donde lo único que abundaba era el afecto. Por la rama paterna, estaban los abuelos Ángela y Andrés, la tía Miguelina y Miguel su padre.
Cursó el primer ciclo del secundario en el colegio Luis María Robles y concluyó los estudios en la escuela República de Francia. Egresó como técnico electrónico y desoyendo la voz materna que le sugería el camino de las ciencias sociales, eligió la carrera de ingeniería, que dicta la Universidad Tecnológica Nacional. Al cabo de dos años, era alumno de la Escuela de Ciencias de la Información (ECI). Una circunstancia, hará que este cambio sea clave.
- ¿Cuándo te alejás de aquella versión de la infancia y querés saber más?
- Fue entre los 14 y los 15 años. No dimensionaba quién era mi padre, su figura pública. Un día, entro al Cispren a ver una muestra fotográfica y veo por primera vez una foto de mi Papá. Hablaba en un acto, junto a Atilio López, Agustín Tosco y Dorticós. Eso fue lo que me pinchó a empezar a buscar, a preguntar. Fue un proceso muy, muy lento.
La abuela paterna sabía de su existencia. Tuvieron encuentros fugaces en Villa Giardino. Recuerda que allí jugaba con sus primos. “Mi abuela era alguien que me regalaba algo, pero no me hablaba mucho”, recuerda con tristeza.
En esa búsqueda por conocer datos sobre su padre, se encontró con muchas personas que le decían “sos igual al Chicato” y le contaban historias memorables sobre él. “Para mí era un desconocido al que admiraba. Aunque tuvimos contacto hasta los tres años y medio. Incluso entré a la UP 1 como familiar de otro preso y estuve con mi Papá”, evoca y se le iluminan los ojos.
Luego comentó que “una de las primeras personas que me ayudó a reconstruir la imagen de mi padre fue Vitín Baronetto. Me acuerdo que juntó a todos los ex seminaristas y me llevaron con su esposa Norma a un encuentro sorpresa. Todo fue muy fuerte, muy cargado de emoción y de recuerdos heroicos”, En 1994, un hecho doloroso que prefiera callar lo paralizó y abandonó toda averiguación. “Estaba muy solo, no era algo que podía expresar públicamente y no quería causarle dolor a nadie”, cuenta. En esa época, Marité Sánchez, le aconsejó que siguiera. Pero no lo hizo. En el ’96, tuvo un acercamiento a la Agrupación HIJOS, pero “tenía más llegada con Familiares (de detenidos y desaparecidos por razones políticas), especialmente con Miguel Apontes y empiezo a colaborar con ellos”.
De cuerpo entero
En 2000, concurre junto a un grupo de jóvenes a un Festival de Cortos del último año de la carrera de Cine. "Había que mirar 50 cortos. Nosotros íbamos a ver el realizado por Mauro, un amigo". Para su sorpresa, uno de los filmes que presentan unos jóvenes volvería a acicatearlo. “Revolvían unas latas con películas y preguntaban ¿qué hacían los jóvenes en esa época? Y aparece la frase Luche y Vuelve y comentan que fue creada en 1973, por Miguel Mozé. Y ahí, Aparece mi Papá, en una pantalla de tres metros y lo veo por primera vez, de cuerpo entero y escucho su voz. Estaba junto a (Mario) Firmenich, y (Roberto) Quieto. Entonces, me decían ¡sos vos! Es mi viejo, dije. Nos abrazamos y no paré de llorar”. Esa imagen en la pantalla reactivó su deseo de saber más. Devoró libros de historia, viajó al Foro Social Mundial que se realizó en Porto Alegre y durante un año recorrió diferentes países de Sudamérica. Al regresar, se entera que dos amigos de su padre habían estado en Argentina.
Entonces, Emiliano Fessia, su “amigo del alma”, le presta el dinero para que viaje y pueda reconstruir su historia y la de su padre. En España cambió su vida radicalmente. Se enamoró, trabajó duro y terminó la carrera de dirección cinematográfica, en Barcelona. Puso en marcha la realización de un documental con todos los amigos y compañeros de su padre. Durante largas horas de filmación y entrevistas apologéticas sobre el Chicato, “tuve que cambiar la estrategia para lograr humanizarlo, porque todo era heroísmo”, reflexiona. Una escena final espera ser filmada. Como era de esperar, está ligada a la recuperación de su identidad.
Entonces, Emiliano Fessia, su “amigo del alma”, le presta el dinero para que viaje y pueda reconstruir su historia y la de su padre. En España cambió su vida radicalmente. Se enamoró, trabajó duro y terminó la carrera de dirección cinematográfica, en Barcelona. Puso en marcha la realización de un documental con todos los amigos y compañeros de su padre. Durante largas horas de filmación y entrevistas apologéticas sobre el Chicato, “tuve que cambiar la estrategia para lograr humanizarlo, porque todo era heroísmo”, reflexiona. Una escena final espera ser filmada. Como era de esperar, está ligada a la recuperación de su identidad.
- ¿A propósito, era seminarista tu padre?
- Varias veces me preguntaron sobre ese tema. Es un error de lectura. Fui concebido en enero del 1973, cuando mi padre estaba fuera de la Iglesia. Soy hijo de un militante político, que fue seminarista y se alejó de la Iglesia porque en sus reivindicaciones ya se estaba yendo. Leticia, la madrina, fue quien lo alentó a seguir el juicio por el apellido. Se trata de un juicio testimonial, porque el cuerpo de Miguel fue entregado en cajón cerrado. Marité Sánchez, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, lo tramita. Hace 14 años que viene luchando por esto y ahora que llegó el momento se siente extraño. “Estoy muy ansioso, tengo miedo y a la vez estoy seguro”, confiesa distendido.
- ¿A qué le tenés miedo?
- Fue un largo y lento proceso. Lo llevaba con normalidad, pero ahora estoy nervioso, y por ahí digo ¿y si sale mal?- ¿Que sería que salga mal?- No tener el apellido de mi padre. Para mí tiene un valor simbólico que intentaré explicar. Creo en la justicia, en el sentido de que debe reparar un daño. Creo que lo hubo y que el juicio por mi identidad es un acto reparador. Porque no basta con que todos sepan y me digan "qué parecido que sos al Chicato". La memoria y la identidad se construyen. Necesito que en mi documento diga Mozé. Si bien no me han robado la identidad como en el caso de los niños apropiados, en algún punto no tuve acceso a la información sobre mi identidad.
Para Martín la resolución de este tema es fundamental. Para proyectar su futuro, armar una vida nueva, pensar en hijos y lugar de residencia. Para por fin ser: Martín Mozé.
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